La escuela rural
José Fernández Peña, que sirvió de
colegio electoral se adornado con pencas de mata de coco, cadenetas de papel y
banderas multicolores, y por supuesto el Escudo Nacional y la bandera de la
estrella solitaria.
Lo curioso de todo
fue que a las cuatro de la tarde, todos los electores y sus familiares están en
la “escuelita de la esquina” como le llamaban con tremenda fiesta; y a las 12
de la noche, las autoridades electorales le dijeron a los vecinos que la fiesta
era muy buena pero que había que ir a dormir y bien temprano en la mañana
ejercer el derecho del sufragio,
pero nadie se fue.
Las propias
autoridades recibieron del electorado la misión de consultar para que se le
autorizara ejercer el voto entrada la madrugada. Por la lejanía del lugar y a
tanta insistencia de los vecinos, se autorizó y al amanecer Limones ya tenía
electo el primer delegado electo en Cuba, misión que recayó en Enrique Leyva,
el maestro de la comunidad.
La fiesta comenzó a
las cuatro de la tarde cuando Marcial Gómez abrió la primera botella de ron y
Disney Fernández le torció el pescuezo a una gallina para una caldosa, y luego
se fue incrementando hasta convertirse
en un gran guateque que concluyó en la madrugada del domingo amanecer lunes,
porque había que trabajar.
En Limones voto
hasta el gato, porque muy cierto es que Elsida Oro no dejaba nunca solo a su
querido felino, y allí junto a los perros de Pablo León, estuvo hasta que todos
retornaron a sus respectivas casas con un montón de sueños y esperanzas,
propios de las nuevas perspectivas que se comenzaba a vivir.